Cuando una persona es sabia, pronto vemos que otros alaban al Señor por ella. Los héroes de la Iglesia del Antiguo Testamento, así como los de hoy, son los mismos porque sirven al mismo Dios. Lo único que los diferencia es su enfoque de la obra que les fue encomendada, creyendo que el Altísimo estaría con ellos contra sus enemigos. Por esta razón, hubo quienes glorificaron a Dios por las maravillas realizadas a través de ellos. ¿Qué dice de esto?

Sin la sabiduría divina y el testimonio para llegar a ser alguien mejor, el cristiano traerá vergüenza al Reino de los Cielos. Fuimos salvados para seguir de cerca al Señor y actuar como Él, que dijo: «De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.» (S. Juan 13.15). Debemos dejar que el Nombre del Señor cumpla en nuestros días lo que hizo en los días en que Jesús anduvo por el mundo (S. Juan 14.12).

Quien dice ser salvo, pero solo piensa en los placeres de la carne, nunca llegará a ninguna parte, porque su inclinación es hacia la podredumbre (Gálatas 6.8). En cambio, los que se inclinan por el testimonio de Dios sobre la posición del cristiano en todas las cosas viven de un modo que agrada al Señor, viviendo para mostrar al mundo cómo se practica la fe, usando el poder con que han sido revestidos por Cristo. Las personas carnales nunca salen de la miseria y de la vergüenza, ¡porque no se levantan de la silla de la derrota!        

La persona que le teme al diablo nunca tendrá éxito. Quien tiene un corazón alegre, en cambio, tiene salud, voluntad de vencer e intrepidez frente al adversario. Fíjese en lo que dicen las Escrituras: «El corazón alegre embellece el rostro, pero el dolor del corazón abate el espíritu.» (Proverbios 15.13). No se deje llevar por las amenazas del maligno, porque el Mayor reside en usted, y por eso es victorioso (1 S. Juan 4.4).

Quien presta atención a lo que el Altísimo dice sobre su posición en Él nunca teme las asechanzas del Infierno, sino que, como David, se enfrenta al gigante, confesando que lo derribará con su piedra (1 Samuel 17). El temeroso dice: «¿Cómo voy a enfrentarme a un gigante campeón si soy joven y mi arma es una honda y cinco piedritas?». El muchacho victorioso dice: «¡Voy en el Nombre del Señor contra el retador de los ejércitos de Israel!». Crea y viva lo mejor del Altísimo (Isaías 1.19).

Saúl estaba acorralado como un gato ante el perro del Infierno, pero David vio al gigante como lo que era: un hombre derrotado que estaba detrás de un soldado, protegiéndose de los dardos que podían alcanzarle. David lo enfrentó sonriendo, porque el infinitamente Mayor vivía dentro de él. Nunca tenga miedo ni se deje influir por el mundo que está en el diablo (1 Juan 5.19). Al fin y al cabo, Dios está delante de usted para ayudarle a superar las crisis.

Cuando un cristiano deja que el testimonio del Altísimo entre en su corazón, pronto se vuelve intrépido, lleno del coraje que viene de Dios. La derrota del adversario es segura, pues el León de la tribu de Judá habita en el siervo fiel del Señor. La historia de David se escribió con letras gloriosas, ¿y qué se dirá de su historia?

        En Cristo con amor,

        R. R. Soares